Por: P. Francisco Armando Gómez Ruiz
Si se trata de viajar visitando ciudades, pueblos y caseríos hermosos, Michoacán y Guanajuato son unos de los estados en México que mejores rutas ofrece para dispersar la cabeza y el corazón encontrando paz y regocijo en el interior a causa de todos esos colores, texturas, sabores y olores que lo llenan todo. Y si alguien piensa que los michoacanos y guanajuatenses entre nosotros mismos nos engañamos contándonos estas mentiras, y encima de todo nos las creemos, entonces pregúntenle a ese amigo mío que hace casi un mes viajó de Venezuela hasta México, pasando tres semanas maravillándose por los recovecos de la bella Morelia, descubriendo mundos en la Ruta de Don Vasco, comprendiendo nuestras batallas en Dolores, Hidalgo, y sorprendiéndose de esos pueblitos cosmopolitas en San Miguel de Allende. Él sabe que nuestras afirmaciones son muy sensatas. Así lo descubrió haciendo experiencia con todos sus sentidos y seguramente permitiendo que otros hicieran la misma experiencia con todos los suyos, mientras les narraba todo cuanto vivió regalándoles llaveros, postales y otros souvenirs. Una mención especial la tiene el mercado de San Juan de la ciudad de Morelia, donde supo encontrar la belleza popular de la cultura mexicana, impactándose entre frutas y verduras, conversaciones cotidianas que sólo había conocido através de las telenovelas de los noventas.
La construcción y el ambiente cultural de poblados y ciudades, en su conjunto, se convierte en la entrada a un mundo que sobrepasa sus propios linderos. Sea con cal y pintura roja, de paredes de cantera, o de múltiples colores cada calle y avenida, los conjuntos habitacionales y demás zonas públicas alrededor de ellos, forman un mensaje de paz, algarabía o curiosidad. Cierto, existen también los pórticos de la fealdad y así de sin valores. Pero hoy estamos hablando de esas urbes o barrios que transportan nuestro espíritu más arriba, siempre más alto.
Pasando de Guanajuato a Michoacán, está Cuitzeo, pueblo crecido y todavía impregnado de la espiritualidad de los hermanos de la orden de los Agustinos. El complejo religioso que embellece su centro nos lo dice claramente. Allí, por un lado de la portada que introduce al templo, están esos seis gigantes arcos que muestran una capilla abierta y la entrada al entonces monasterio de los hermanos. Estos vestigios que hoy podemos observar curioseando por motivos artísticos o religiosos, nos abren las puertas a otro tiempo, a otro tipo de orden de valores que con claridad eran vividos por los que estaban dentro y fuera del monasterio. La fortaleza espiritual de Cuitzeo, permítaseme así llamarle, “fortaleza”, pues sus gruesos muros, robustas columnas y alargados retablos, muestran la seguridad y firmeza de los principios que allí se creen. Por eso los pobladores no dudaron en construir su cultura con aquella luz que de ahí provenía.
Cada caserío muestra sus intereses, su manera de concebir la vida misma. Por eso es siempre bello patear una y otra vez esos senderos de piedra dura que, mágicos o no, muestran la belleza de la vida en comunidad.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz