P. Francisco Armando Gómez Ruiz
Desde hace un par de años han cobrado fama y notoriedad los festivales: música, cine, artesanías, libros, vinos, tequilas, mezcal, ropa, etcétera, etcétera. En estos mismos espacios se han ubicado perfectamente las muestras de comida -artesanal o gourmet- con todos sus sabores posibles. La gastronomía, repleta de tantos chefs y cocineros y cocineras tradicionales, ha sido bienvenida en los festivales.
Además de exquisitos pasteles, pastas de sabores mediterráneos, sasones diversos para preparar carne que será asada, y otras exploraciones en el mundo misterioso del arte culinario, existen los clásicos platillos que están presentes en la mesa del obrero y en el comedor del profesionista. Uno de estos preparados que pasan por lo largo y ancho de nuestro país que sueña y come maíz, son las famosas quesadillas.
Todos las sabemos preparar, simples o compuestas, según nos alcanza el tiempo o los ingredientes. Definitivamente en el pasillo de la fama alimenticia de México después de los tacos vienen las quesadillas: con queso o sin queso, con frijoles o con cualquier otro ingrediente, pero siempre quesadillas. Algunos dicen que se trata de una mutación del taco, otros defienden la originalidad de “la queca” así llamada en la casa de Don Pedro. Pero todos sabemos diferenciar entre taco y quesadilla, independientemente de su peculiaridad.
Un platillo exótico o cotidiano, light o salpicado de mil sabores, es siempre un vestigio del paso de la mano del hombre y de la mujer. Como antes lo he dicho, si hay algo que puede diferenciarnos de las bestias, eso es el arte. Por eso la comida preparada con armonía es considerada arte, pues produce emoción estética; así de grave y de fuerte esta afirmación. Además, como toda obra maestra, la comida entonces es túnel, puente, entrada, pórtico que nos conecta con una realidad más profunda: pasa por el mundo de los sabores dulces, salados, agrios, amargos y agridulces para llevarnos incluso hasta la Casa de Dios; para los cristianos católicos y ortodoxos, por ejemplo, la divinidad se da en pan y vino, un platillo culinario. En la comida también se comunica la gratitud e incluso el amor, de allí la frase de la abuela: “el amor entra por el estómago”. Y como todas las conexiones, no siempre a través del arte se comunican valores, también en más de algún preparado líquido o sólido se puso el veneno que a más de dos o tres personas los portó a la muerte misma.
La preparación de alimentos cubre con todos los requisitos que el arte exige: integridad, armonía, claridad, luminosidad. Así que todos en casa tenemos uno o dos artistas, pues si bien éstas y éstos no pinten o dibujen, no bailen y no actúen, pero cocinan, es decir, nos transportan a la serenidad, al regocijo e incluso a la hiperactividad llenándonos de energía.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz