Por: Hugo Rangel Vargas
El 1 de julio de 2018 los partidos políticos tradicionales cerraron un ciclo de sus vidas con la estrepitosa derrota que sufrieron a manos de una fuerza electoral emergente. Pero su derrota ha trascendido a la aplastante muestra de desprecio electoral con la que la ciudadanía dejó casi en la inanición a la oposición a MORENA. Ahora, mientras PAN y PRI se acicalan las heridas, hacen una exhibición magistral del legitimo ejercicio del derecho al pataleo.
Y es que si bien el tracking poll de la popularidad de López Obrador ha mostrado una ligera caída en los niveles de aprobación de su gobierno, no podría hablarse de la existencia de una crisis de legitimidad ya que prácticamente por cada ciudadano que desaprueba la gestión del mandatario, existen dos que la avalan; mientras que el porcentaje de ciudadanos que evalúa de forma positiva al gobierno del tabasqueño, sigue estando por encima del porcentaje de votos que obtuvo en los comicios del año pasado.
Pero seria injusto cargar a la cuenta de los detractores de López Obrador esta ligera merma que han sufrido sus bonos. El presidente ha arribado al frente de un país que está entreverado por una crisis que se constituye en una maraña en la que se confunden con facilidad causas y efectos. El grado de complejidad de los problemas que viven los mexicanos fue acrecentado por el desdén y la complicidad de los gobiernos anteriores, esos que encabezó la ahora hilarante oposición que exige resultados apenas a cinco meses de haber dejado las riendas del país.
A esta dureza del dedo índice opositor con el que se demandan resultados, se asocia también una exquisitez sin parangón que invoca al “autoritarismo” y a la “ausencia de equilibrios” como los fantasmas que están detrás de cualquier determinación presidencial. Tales exageraciones llevaron al mismismo líder de Acción Nacional a “venezolanizar” al país y a exigir la intervención de la OEA ante las llamadas “amenazas al sistema democrático”; así como a la oposición en su conjunto a magnificar el memorándum con el que el presidente giraba indicaciones a los secretarios de su gabinete en torno a la reforma educativa.
Sin recato alguno, la oposición a López Orador le ha pedido que guarde silencio ante las criticas que se le asestan en los medios de comunicación a través de interpósitos comentocratas, so pretexto de que estaría violentando el derecho a libertad de prensa si él, en su calidad de titular del ejecutivo, responde a los señalamientos, por injuriosos o falsos que estos sean. Uno de los más recientes y que ha sido utilizado de forma sesgada es el de la estimación oportuna del crecimiento económico para el primer trimestre de 2019.
Se ha dicho que la economía decreció en este período comparándolo con el trimestre inmediato anterior, hecho que constituye un manejo tendencioso de esta cifra ya que para hacer objetiva una comparación, en este tipo de indicadores, esta debe hacerse en relación con el mismo período del año inmediato anterior.
Pese a estos esfuerzos por deslegitimar al nuevo gobierno y llevarlo al terreno del desgaste, la oposición sigue cosechando derrotas políticas. La más significativa y vergonzante es la de la marcha contra López Obrador que fue convocada apenas el fin de semana pasado. Mas allá de la imagen de Vicente Fox encabezando el contingente de la ciudad de León, se encuentra la ausencia de claridad en la agenda de los manifestantes y la legitimación que, en los hechos, hace esta protesta acerca de la vitalidad de nuestra democracia y la pluralidad que vive el país, mismo que según ellos, se encuentra padeciendo una dictadura.
Convendría que la oposición revise sus estrategias y objetivos; o bien que reconozca su pasado, lleno de tantas injurias al pueblo mexicano, para que comprenda la limitada calidad moral de la que goza para poder erigirse como el gran juzgador del nuevo gobierno.
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