Pensar una reforma laboral para el siglo XXI

Por Teresa Da Cunha Lopes

Pensar una reforma laboral para el siglo XXI debería colocar sobre la mesa otras cuestiones para allá de las consideradas (e impuestas) por Estados Unidos. Y, no debería ser, solamente sobre el dinero que los empleadores y sindicatos deberían competir. No es que debamos dejar los salarios de lado. Pero el verdadero tema de discusión se debe referir a un bien mucho más valioso: el tiempo.

Pensar una reforma laboral para el siglo XXI pasa, o debería pasar, por dos puntos nodales (ambos COMPLETAMENTE olvidados y ausentes de la actual iniciativa en debate) para la transición a las nueva economía y a las estructuras de producción de la cuarta globalización: a) por el análisis del impacto de la robotización y de la I.A. sobre las estructuras de producción y organización del trabajo; b) por la reducción del tiempo de trabajo (RTT).

Sobre este último tema, objeto de esta columna de opinión, existen por parte de la IP grandes resistencias basadas en “mitos urbanos” fruto del desconocimiento (con números) de los impactos reales de la RTT sobre las organizaciones. O sea, es una cuestión que se ha tratado en base a criterios y posicionamientos ideológicos y no en datos duros económicos.

En todos los países donde se ha adoptado un proceso de transición a las 35 horas, finalmente se ha beneficiado a las empresas, y esto a través de dos maneras: la moderación salarial y el aumento de las ganancias de productividad. Los beneficios de la reducción de las horas de trabajo son evidentes, en todo el mundo, en particular en países que desde ya varias décadas han aplicado las 35 horas semanales. Caso de Francia, Alemania, países nórdicos.

La RTT, como se lee en los informes que estudian, desde el 2000 , los impactos del proceso de reducción del tiempo laboral «contribuyó a la moderación de los salarios » y a ganancias en productividad. Hay que resaltar qu estas últimas, o sea las ganancias de productividad de la introducción de las 35 horas también fueron más altas de lo esperado. Las ganancias aparentes de productividad del trabajo han sido del orden del 40 al 50% de la disminución en las horas de trabajo, en lugar de un tercio en el horario anterior. Hasta la fecha, los aumentos de productividad, la moderación salarial y las reducciones en las cotizaciones sociales habrían permitido mantener la competitividad de las empresas que aplican las 35 horas.

O sea, bajo de un punto de vista del empresario la RTT tiene y hace sentido económico. Bajo de un punto de vista del trabajador la RTT permite la conciliación de las esferas trabajo / vida personal, fortalece la permanencia de las mujeres en los mercados laborales y abre puestos de trabajo en países en que la presión de la demanda de las nuevas generaciones obliga a la creación de plazas.

Observamos, entonces, que reducir las horas de trabajo semanales es una tendencia de los países desarrollados y, además es una medida que, no solo es necesaria para una sana conciliación entre la vida laboral y familiar, pero además hace sentido cuando analizamos los resultados en el mercado de trabajo y en la competitividad.

En conclusión, trabajar “más horas” (y más días) no es ni sinónimo de competitividad ni de productividad. Mucho menos se refleja en la calidad de los servicios, todo lo contrario. Por otro lado, la reducción de las horas de trabajo, tal como muchos autores señalan, “ha llevado (…) a un rápido fortalecimiento del crecimiento del empleo, por ejemplo, para el caso de Francia de casi 350,000 empleos durante el período 1998-2002, y esto sin un aparente desequilibrio financiero para las empresas. «. Diversos especialistas creen que este resultado se logró a través de la búsqueda de un «equilibrio entre una disminución en las horas de trabajo, la moderación salarial, el aumento de la productividad y la ayuda estatal».

Es interesante y a la vez preocupante que, por ejemplo, para los grandes sindicatos obreros alemanes la RTT (reducción de los tiempos de trabajo )es una prioridad absoluta y, en Mexico, inclusive al momento del debate de una nueva reforma laboral, el tema ni siquiera está sobre la mesa.

Por ejemplo, en el grande paro nacional del año pasado (2018) en Alemania, el problema de reducir el tiempo de trabajo, presentado por el sindicato IG Metall fue introducido como una demanda prioritaria en las negociaciones, incluso antes de los salarios. Para los 3.9 millones de empleados en la industria, IG Metall exigió, además de un aumento salarial del 6%, un derecho individual a reducir las horas de trabajo hasta 28 horas por semana, con una compensación parcial. Compensación (200 euros) para los empleados que deseen cuidar a un niño o un padre dependiente.

Ahora bien, no debemos solo de-construir la narrativa de la explotación máxima del trabajador contenida en los argumentos, aparentemente moralizantes de las bondades de la “entrega al trabajo”, estamos obligados a desnudar su hipocresía. Son precisamente aquellos que hablan de la familia, de los principios, del abandono de los hijos y de los adultos mayores que, por otro lado, se colocan como “paladinos” del aumento de la jornada de trabajo y, hasta de retroceder en el derecho ya adquirido a los dos días de descanso semanales.

Ahora bien, para atender hijos, estar al pendiente de los abuelos, tener una vida de pareja, construir familia con sana convivencia es necesario TIEMPO. Tiempo y flexibilidad.

Precisamente lo que llevamos 150 años de lucha laboral , de forma demasiado lenta, a colocar en la ley ( que no en la realidad concreta de todos ) y que ahora, a plumazos nos quieren quitar.
La cuestión no consiste, solamente, en pedir a nuestros representantes electos «rechazar» un texto que coloca el riesgo de «degradar» los derechos de los trabajadores y que «aumentará la precariedad” sino exigir que hablen de medidas concretas para defender esa libertad fundamental al libre desarrollo de la personalidad contenida en el tiempo y en la flexibilidad. Sin tiempo no existe posibilidad de ser, de vivir, de crecer. Solo la de lentamente morir en un círculo infernal de fatiga constante y de depresión a que, elegantemente, hoy llamamos de “burn out” y en otros tiempos de esclavitud.

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