Código Alpha/Santiago Núñez
Desde antes del surgimiento de la nación mexicana, los pueblos originarios en las culturas precolombinas que habitaban en nuestro territorio, sentían una fascinación mitológica hacia la muerte y su mundo: sólo por mencionar algunos ejemplos podemos señalar el Mictlan de la cultura azteca o el Xibalbá de la cultura maya, lugares místicos donde la vida y la muerte se encontraban en un proceso de transición y que representaban la unión de ambos mundos.
Y así fue como la conquista, el mestizaje y la fusión de culturas le fueron dando forma a un andamiaje de tradiciones y ritos vinculados a la muerte, como celebrar a los muertos el 1 y 2 de noviembre. Incluso si revisamos la obra del premio Nobel de literatura mexicano Octavio Paz, podemos Rescatar algunas ideas o frases como aquella que plasmó en el laberinto de la soledad y que decía que “una civilización que niega la muerte, acaba por negar la vida”.
Sin embargo pudiéramos decir que en un giro trágico y dramático por parte del destino, los mexicanos nos hemos acostumbrado no solamente a convivir intelectual, filosófica y culturalmente con la muerte; sino que desgraciadamente por las alarmantes cifras de homicidios que se presentan en nuestro país desde hace ya muchos años, podemos afirmar que el día a día del mexicano es una lucha por la supervivencia, agraviado por la posibilidad real de morir víctima de muchísimos factores.
Nuestro país hoy tiene cifras de homicidios que son propias de un territorio que se encuentra en guerra. En los índices de las ciudades más peligrosas del planeta, generalmente siempre destaca la presencia de ciudades mexicanas donde la delincuencia, la falta de oportunidades y la rotura del tejido social se han convertido en catalizadores de la muerte.
Tragedias como la ocurrida en la masacre de Minatitlán Veracruz hace algunos días, no hacen sino recordarnos a todas luces el fracaso de todas las instituciones, de todos los niveles de gobierno y de todos los proyectos políticos que nos han gobernado hasta el día de hoy. Tenemos que ser muy conscientes y darnos cuenta que esta tremenda crisis humanitaria y social, se empezó a gestar desde hace décadas. Gracias a la displicencia de autoridades de los tres niveles de gobierno que no hacían su trabajo, con la corrupción de instituciones de procuración de justicia, con el aumento de una delincuencia organizada rapaz y con los actos ilícitos vistos por una gran parte de la población como una posibilidad de movilidad social ascendente.
Las omisiones de muchos gobiernos federales priístas, la connivencia con los pactos celebrados con distintas organizaciones criminales en la década de los ochentas y de los noventas, la corrupción boyante que destruyó el tejido institucional del país durante tan nefasto periodo, pero sobretodo el desinterés de una cúpula política entronizada dentro de una realidad paralela que generalmente se desenvolvía entre cuatro paredes en residencias lujosas en la Ciudad de México, fue el génesis de esta terrible crisis.
Posteriormente gobiernos panistas, que en su momento no tuvieron la agudeza intelectual o estratégica como para formular una planeación integral en materia de prevención y combate al delito, no tuvieron una mejor idea más que sacar a los militares a las calles, violando la constitución y generando así una hoguera de violencia y sin razón como nunca antes se había visto en la historia del país.
Pero como si todo esto no fuera suficiente, hoy tenemos un líder mesiánico que tampoco ha presentado una propuesta clara en materia de seguridad y reconstrucción social; únicamente se ha dedicado a rociar más gasolina a la enorme hoguera que es México, mediante la figura de una súperpolicía militar que viola los derechos humanos y que no coadyuva en nada al combate de ese enorme cáncer social que se llama violencia Hoy tenemos un presidente que se ha visto superado por la agenda de seguridad pública, que solamente se limita a culpar a gobiernos pasados por las crisis heredadas; hoy tenemos un presidente que pareciera que todavía no entra en funciones y que no se ha dado cuenta de la enorme magnitud de la violencia que azota a nuestro país.
Imágenes perturbadoras como la de Minatitlán deben ser el firme recuerdo de una sociedad que se está resquebrajando, deben ser la punta de lanza de la exigencia más elemental que es la libertad y la seguridad por parte de todos los gobernados hacia los distintos niveles de gobierno. No importa si se trata de civiles en Minatitlán, de los indígenas de la matanza de Acteal, de los muchos mexicanos que todos los días mueren en asaltos al transporte público en el Estado de México, de las miles de mujeres muertas producto de la violencia y la misogínia en muchas partes del país, de aquellos jóvenes que no tuvieron la oportunidad de recibir educación y que encontraron una falsa salida en las filas de la delincuencia organizada y que día a día se suman a las estadísticas de bajas en esta lucha contra el narcotráfico.
Debemos ser muy conscientes que se nos acaba el tiempo, la resiliencia de nuestro país se encuentra al borde del colapso y si este gobierno no es capaz de presentar una estrategia clara, contundente y con mediciones para contener la terrible ola de violencia y criminalidad que nos afecta, estaremos al borde de convertirnos en el estado fallido que los servicios de inteligencia estadounidenses señalaban con preocupación durante la misión diplomática del ex embajador Carlos Pascual en nuestro país.
Para eso se requiere de recursos bien orientados y administrados, de una reforma profunda a los órganos de inteligencia, de una participación de las organizaciones de la sociedad civil, de una reforma educativa, laboral y económica que le otorgue posibilidades de desarrollo a todos los mexicanos. Pero sobretodo se requiere de un liderazgo fuerte, decidido y dispuesto a agarrar el toro por los cuernos y no de un presidente temeroso que se esconda detrás de sus cifras inventadas y pretextos vagos.
Mucho cuidado con lo que haga este gobierno en este sexenio, puesto que en su mundo de fantasía corremos el riesgo de acercarnos a esa antítesis que señalaba Paz y convertirnos en una civilización que niega la muerte y con ella también la propia vida…
Sergio Santiago Núñez Galindo
Abogado y consultor.
Candidato a especialista en seguridad nacional.
santiagonunez@alphaconsultores.com.mx