Pórtico/ Por: Francisco Armando Gómez Ruiz
Comencemos arquitectónicamente. Pórticus, en latín, hace referencia al espacio levantado a través de columnas con un techado que está justo en la entrada de las construcciones monumentales.
Cuando se mezclan los materiales con el buen gusto de los acabados, entonces surge una pieza que no sólo es funcional, sino que también roba la vista de sus transeuntes, ya que la belleza seduce a sus “propietarios”.
El pórtico es el golpe a la vista, el que es responsable del uso o del olvido del edificio que lo posee. El pórtico no sólo protege de la lluvia acuática o solar, sino que también es saludo y despedida, introducción y conclusión. Por él mismo no basta, y sin él resta incompleto. El pórtico no es suficiente a sí ni en sí mismo, pero su presencia seduce, perfecciona, es necesaria para entrar.
Aquí esta precisamente el motivo titular del conjunto de artículos que desde mañana compartiré con Ustedes: Pórtico no es necesario, tal vez nunca haga falta pragmáticamente, pero su presencia bella engalana y completa lo aparentemente ya terminado. La presencia del Pórtico es la grande muestra de que aquello que pareciera estar concluido realmente esperaba su conclusión, su elevación de lo práctico a lo sublime.
Aquí hablaremos de la belleza de la cultura, de la expresión producida por las manos humanas, esa que pudiendo no existir por no ser inmediatamente funcional, sin embargo, existe, y su existencia regocija, nos lleva la belleza de la cual siempre hemos sido capaces.
En Pórtico comenzaremos citando una obra artística y a partir de ella mostraremos la belleza que aporta al mundo. Se trata de cine, arquitectura, literatura, música, teatro, pintura, en fin, toda aquella belleza que alguien equivocadamente pudiera pensar que no es necesaria en el mundo, sin embargo, es imprescindible para la vida y para el amor.
Francisco Armando Gómez Ruiz