Por: Sandra Arias/ Te presto mi voz
Les voy a platicar dos anécdotas. Cuando tenía cerca de 10 años, al llegar a casa de mi abuelita, mis primos de la misma edad y un poco más grandes me recibieron con una noticia: «Rogelio mató a un gatito de una manera horrible, lo ató a un poste, lo ahorcó y como no se moría le aventó una piedra encima. El gatito todavía caminaba y se movía como podía, entonces lo agarró y lo aventó a un baldío». Llorando de coraje e impotencia les pregunté que por qué nadie había hecho nada, por qué nadie lo había detenido. Este primo junto a otro presentaban serios problemas de agresividad hacia los animales, niños menores y de su edad (9/10 años).
El otro primo se llama Román. Rogelio y Román un día me llamaron, yo tenía la misma edad si no mal recuerdo y me dijeron que una pajarita había abandonado a sus bebés y que querían bajar el nido para ayudar a los huevitos, hasta el momento no sé por qué me hablaron a mí, pero recuerdo que los ayudé por apoyar a los pajaritos. En la bajada del nido se cayeron los huevitos y sólo quedó uno. Mis primos al ver que se cayeron los huevos se voltearon a ver como diciendo «chin, ya no nos sirven», después me doy cuenta que había un pajarito en el cable de luz y sonaba más fuerte de lo común, movía sus alitas con mayor fuerza y brincaba de un lado a otro, entonces comprendí que esa era la mamá, los miré y les pregunté: ¿es ella la mamá, verdad? Se voltearon a ver, soltaron unas risas y se fueron.
Sus papás en ese entonces jamás les hicieron nada, a mi parecer generaban mucho daño a las personas y animales y nunca hubo una consecuencias a sus actos, o por lo menos eso parecía.
A lo que voy con estas historias es: sí existen niñ@s con malicia, sí existen alertas de agresividad, un niño sí puede generar dolor y daño, no se diga un adolescente o adulto.
El no parar la violencia en casa, permitir acciones de maltrato animal sea cual sea el caso, lo único que genera es un mensaje de aceptación ante de tal acto. Si se corrige, si procuramos la empatía, si enseñamos que los animales no son menos que nosotros, que merecen el mismo respeto que todo ser vivo, entonces evitaremos casos como el de los perritos Mike, de Puebla y Ángel, de Michoacán. Recuerda que ellos, los animales, no hablan como nosotros y requieren de ti, padre, madre de familia o tutor, para que guíes a tu hij@, sobrin@, niet@, en la comprensión, empatía y compasión hacia otros seres vivos. Así no habrá actos de maltrato que perseguir ni humanos que buscar.
Ellos, los animales, tienen su propia voz pero no es escuchada. Habla por ellos. Préstales tu voz.