Por: Sandra Arias
Es complicado escribir de tal manera que se reduzca un 100% la probabilidad de una mal entendido y definitivamente es improbable que lo que escribo le guste a todos.
Antes de iniciar quiero agradecer a todos los que se dieron tiempo para enviar a Sala de Prensa y a mí sus comentarios sobre la columna anterior. Lo digo en serio, agradezco su tiempo para las mentadas de madre, la diplomacia y el apoyo.
No, no me voy a retractar, pero sí quiero ahondar más en el tema. El tópico principal y quiero hacer énfasis en ello, es sobre el abuso de poder que llega a existir en algunas agrupaciones o personas que se dedican a recoger perros y gatos en la calle (principalmente). Una vez que tienen miles de seguidores utilizan su influencia para diversos fines y no siempre es por el bien del ser humano. No digo que no ayuden animales, digo que a veces son tan empáticos con los animales, que se olvidan de la empatía con su especie.
Mencioné un caso personal en el que una dirigente de una agrupación pro animal se molestó por el comentario de una radioescucha y sin haber oído el programa ni conocer el por qué de ese comentario, lo que hizo fue una quema de brujas en la que estaba incluida yo y la radioescucha. No me victimizo y mucho menos, sin embargo este hecho me hizo analizar las publicaciones de varios grupos y personas, notando que como mi caso, había más, incluyendo la del veterinario que mataron un grupo de personas porque se CREÍA que él envenenaba perros.
Entonces ¿es más valiosa la vida animal que la de un humano? No. No creo que sea más valiosa pero sí creo que todos merecemos el mismo respeto. Defender a los animales y matar a un humano o «acabarlo» en redes no nos diferencía de aquello que consideramos escoria, al contrario, al hacerlo seríamos lo mismo.
No recuerdo si lo escribí en la calumna anterior, pero no importa, lo diré nuevamente y es una frase que he usado como 11 veces esta semana incluyendo con un taxista: El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Tener influencia sobre cierto grupo de personas es una responsabilidad y en nosotros está hacerlo de la manera correcta.
Como aprendizaje me llevo que debo cuidar el cómo de las palabras, aunque comento, jamás serán las justas para TODA la población. A diferencia de la columna anterior, ésta quiero cerrarla felicitando y agradeciendo a aquellas agrupaciones que sin colgarse del dolor, sin dañar a su misma especie, realizan una loable labor en favor de la vida en general. La coherencia entre palabras y acciones que sumen a la sociedad es aquello a lo que todos deberíamos aspirar.
Nuevamente gracias.