Por: Arturo Alejandro Bribiesca Gil
A mi familia
¡Alto! Si piensas que el presente artículo es sobre lo que está pasando en la República Bolivariana de Venezuela (el pleito Maduro versus Guaidó y la “neutralidad” gritada a los cuatro vientos por el gobierno mexicano, con base en la famosísima doctrina Estrada surgida en la primera mitad del siglo XX), lamento desilusionarte, no hablaré de ello. No, en esta ocasión. El tema central del presente texto es el 46° aniversario de la preparatoria República de Venezuela asentada en mi matria ―Tacámbaro―; aniversario que, a su vez fue un homenaje a Vicente Gil Méndez, cronista de dicho municipio, por las más de 3 décadas como maestro en dicha escuela, fallecido en julio del año pasado.
Antes de seguir, debo aclarar que el homenajeado fue mi tío, hermano de mi abuelo-papá (o papá-abuelo) don Raymundo Gil. Prosigo. El acto conmemorativo y homenaje tuvo verificativo el pasado sábado 2 de febrero del año en curso. Gracias a las autoridades educativas del plantel y municipales, tuve el honor de dirigir en nombre de la familia Gil, unas breves palabras acerca de mi tío Vicente. A continuación, me permito compartir una versión resumida de lo que allí dije:
“El hoy honrado, y siempre honrado, vio su primera luz el 3 de marzo de 1934 en esta bella ciudad, y aquí mismo vio la última tan solo unos meses atrás: el 18 de julio de 2018 para ser precisos.
Mi tío cursó su educación primaria aquí en Tacámbaro, las circunstancias de la época hicieron que emigrara muy joven a continuar sus estudios, primero a Morelia a la secundaria, y posteriormente al entonces Distrito Federal a cursar la educación media superior y superior; habiéndose graduado de la Facultad de Derecho de la UNAM.
Por esa facultad, en la época que le tocó vivir, desfilaban por sus pasillos e impartían clases grandes juristas, tales como: Rojina Villegas, García Máynes, Fernando Castellanos, Mario de la Cueva, entre muchos otros. Sin duda, caminar entre esos gigantes sembró el espíritu pedagógico que acompañó al Maestro Gil toda su vida, aunque los temas de derecho no le hayan causado la misma impresión, como todos sabemos.
Como acabamos de señalar, si bien su formación profesional fue de abogado, lo cierto es que su pasión académica lo fue la filosofía, la ética y el arte, haciendo de la enseñanza su forma de materializar ese amor por la sabiduría y la expresión artística.
Por décadas fue profesor de esta ilustre escuela, así como de otras más aquí en Tacámbaro, tanto públicas como privadas; si me permiten la observación, creo que siempre disfrutó más la cátedra en escuelas públicas que en privadas; mucho puede tener que ver esa pequeña diferencia entre la del alumno que lo cree merecer todo y la de aquel que tiene mayor ansia de conocimiento y desarrollo.
Fui su alumno, uno de miles en las más de 3 décadas que impartió diversas materias, desde artísticas, pasando por la lógica, hasta de idiomas como el inglés. Debo decir, con pesar, pero honestidad, que muy probablemente fui de sus peores alumnos, nunca me lo dijo, pero lo intuyo.
En mi defensa debo decir que ser un mal alumno suyo, fue un acto de rebeldía muy propio de la pubertad; era incómodo ser sobrino del maestro y que todos lo supieran, además. Seamos honestos, ¿si me sacaba diez la iban a creer? No verdad. Así que mejor ni me esforcé. Me reprobó en artísticas y pasé de panzazo lógica o ética, no recuerdo con exactitud cuál de las dos me dio, o si me dio ambas en distinto grado. Hasta donde esté, le pido una disculpa por mi inmadurez.
Ahora bien, debo decir que aprendí muchísimo de él, pero fuera de las aulas; en la cena familiar o en cualquier otra oportunidad que se nos presentó de platicar, sobre todo en su vejez y mis principios de madurez.
Vicente Gil Méndez, fue como todos nosotros, un ser de claroscuros. Un hombre con virtudes y otro tanto de defectos, pero con una pizca de genialidad, y esa pizca es la que hace diferentes a algunos seres humanos de otros, por lo cual, unos pasan solo a ser recordados en núcleos familiares y otros llegan a ser recordados por la sociedad en general, como lo es el caso de mi tío, quien por algo fue el cronista del pueblo desde 1991, zapatos difíciles de llenar para sus sucesores.
En fin, en un homenaje a un hombre con un gran sentido del humor, no me puedo despedir sin un poco de eso. Deben de saber que si don Vicente estuviera aquí les diría claro y de frente: “otro reconocimiento más, pero un peso jamás”. Para ser justos, lo decía con ironía, porque yo sé, que lo que más lo nutría en su vida era el reconocimiento y aprecio de alumnos y exalumnos.”
Como colofón a este artículo, debo señalar que estuvieron presentes en el acto integrantes de la pequeña comunidad venezolana asentada en Tacámbaro; uno de ellos, en uso del micrófono, habló con sentimiento y mesura sobre las vicisitudes en su país que los hicieron abandonarlo para buscar mejor suerte en otros lares; solo puedo imaginar las circunstancias que hacen que nuestro golpeado Michoacán sea para ellos un mejor lugar para vivir.
En fin, todo es subjetivo, sin duda un habitante de Bagdad (Irak) se sentiría muy seguro paseando en nuestra Tierra Caliente, mientras que uno de Estocolmo (Suecia), lo haría aterrado, si es que se animara a hacerlo. ¿No creen?