Vendedores de pañuelos

Código Alpha/ Sergio Santiago Núñez Galindo

Durante los últimos años hemos podido ver a nivel continental, una serie de ejemplos donde perfiles poco ortodoxos o tradicionales se hacen con el poder mediante la vía electoral. El primero de los grandes movimientos de esta naturaleza que cimbró al continente y al mundo (por el peso específico del país del que se trataba) fue el caso de Donald Trump en Estados Unidos: un polémico e incendiario discurso, mezclado con el posicionamiento mediático que durante años fue puliendo el astuto hombre de negocios, dio como resultado un giro radical en la política estadounidense. Al principio cuando el magnate hizo públicas sus intenciones, entre muestras de incredulidad y chascarrillos fueron pocos los que pensaban que el tiburón multimillonario pudiera llegar a despachar desde la oficina oval, mientras Trump iba subiendo peldaños políticos en su camino a la candidatura, se encargó de construir un discurso polémico, disruptivo y nada conciliador: posturas radicales sobre el comercio global, migración, seguridad y demás temas de agenda pública, fueron parte medular de la fórmula que lo catapultó a una avasalladora victoria donde aplastó en las urnas a Clinton.

En la democracia más consolidada y sólida del continente los votantes eligieron como presidente a alguien cuyas líneas de gobierno se basan en el nacionalismo, el proteccionismo y el utilitarismo como mantra y eje rector de la política norteamericana. Es natural que al sur de su frontera, el discurso de Trump haya sido muy repudiado e incluso generase un profundo clima de animadversión; sin embargo en áreas claves a nivel electoral estadounidense, ese discurso poco elegante, agresivo, pero sumamente calculado, se convirtió en un hit de comunicación para los millones de votantes que lo impulsaron hacia el triunfo, en los estados del medio oeste americano, en los suburbios deprimidos de las grandes áreas metropolitanas y en general en todos los hogares estadounidenses donde existía algún resquicio de agravio heredado de la crisis económica del 2008.

Así fue como el aparente caos comunicativo del hoy presidente, no hacía sino esconder una pulida estrategia que se basaba en usar el rencor de actores clave dentro de la estructura social a manera de catalizador electoral: tal vez como mexicanos nos molestaba escuchar que deberíamos pagar por el hasta ahora inexistente muro fronterizo, pero a oídos de un estadounidense afectado por una hipoteca eterna heredada del crack financiero del 2008, con una carga impositiva alta producto del fallido MEDICARE de Obama, con un trabajo tambaleante y amenazado por la competencia salarial a la baja en lugares como México o China y sin haber tenido la posibilidad de cursar una carrera universitaria debido a los altísimos costos de la educación superior en su país, las propuestas de campaña y del discurso de Trump, le sonaban esperanzadoras y con un profundo sentimiento nacionalista.

Un ejemplo similar fue el que ocurriría en México con Andrés Manuel, hombre pintoresco, con una lógica discursiva que a todas luces es carente de tecnicismos, academia y refinamiento, pero que supo adaptar su oratoria para propinar una batería incansable de lugares comunes sobre los temas que le duelen al mexicano promedio: pobreza, corrupción, miseria, impunidad. Hoy ya como gobierno federal es claro que toda esa avalancha de propuestas de campaña comienzan a tornarse complicadas de cumplir, sin embargo sorprende que los índices de aceptación del mismo lejos de caer siguen fortaleciéndose y a nivel del discurso coloquial, de la tónica política de a pie, esa que construye la ciudadanía sin conocimientos técnicos, jurídicos o económicos, le sigue apoyando con una fe ciega y un apasionamiento a prueba de cualquier cuestionamiento, como si la palabra del tabasqueño fuera una guía espiritual que por arte de magia tenga el potencial de corregir los lastres que años y años de gobiernos corruptos e ineficientes han dejado sobre el andamiaje institucional mexicano.

Y ahora en el último tramo de las grandes elecciones del continente, podemos ver a Bolsonaro en Brasil: militar, con un marcado discurso en contra de ciertas minorías y partidario de jalar el gatillo ante la menor provocación o amenaza que trastoque el orden del Estado brasileño, un hombre que abiertamente se señala como un luchador en contra de los insurrectos, los rojos, los comunistas y demás individuos de su estilo. A pesar de su estilo poco amable (por llamarlo de alguna forma) y de sus líneas ideológicas radicales, Bolsonaro también llegó al poder por la vía legitima y con una abrumadora ventaja electoral.

¿Cuál es la reflexión en torno a estos tres ejemplos? Que estamos viviendo épocas complejas a nivel internacional, donde el electorado, en su mayoría desesperado, sin estudios y sin mayor esperanza que la aparición de un caudillo salvador que rescate a su realidad de las cenizas. Al final de cuentas no importa si se le está hablando a un estadounidense desempleado y hasta el tope de deudas en Idaho, a un mexicano empobrecido y sin esperanza en Ecatepec o a un brasileño agobiado por la inseguridad y la falta de oportunidades en una favela de Rio de Janeiro, ejemplos como los aquí citados nos dejan ver que estamos entrando en una etapa donde las dinámicas electorales se basan en la desesperación y la urgencia de resultados, en los fines esperanzadores (aunque no nos expliquen el cómo) pero especialmente en la apuesta a los cambios radicales y disruptivos, ejemplos como los que hemos visto en nuestro continente nos dejan ver muy claro que en medio del caos aplica esa máxima de la sabiduría popular que nos dice que en tiempos de crisis están los que lloran y los que venden pañuelos…

Sergio Santiago Núñez Galindo

Abogado, consultor y candidato a especialista en seguridad nacional y derecho internacional humanitario.

santiagonunez@alphaconsultores.com.mx

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