Por: Ernesto Pacheco Cáceres
“Las revoluciones fracasan porque, una vez que triunfan, los hombres dejan todo en manos del nuevo gobierno «revolucionario»… en lugar de hacerlo ellos mismos”.
Ricardo Flores Magón
La historia reciente tiene la bonita tradición de anunciar con bombo y platillo los planes de austeridad de los gobernantes, tomando medidas drásticas que evidencien su capacidad de solidaridad con los que menos tienen; realizando recortes a gasolina, gastos de representación, servicios personales, disminución en sueldos de altos mandos, viáticos, ahorro de energía eléctrica, telefonía, fotocopias, disminución en el uso de vehículos etc., la pregunta es ¿Qué pretenden estos mensajes, en un país donde el 50 % de la población económicamente activa tiene ingresos por debajo de la línea de bienestar?
Revisando los números de los últimos 3 sexenios, donde los mandatarios iniciaron sus gobiernos con medidas de austeridad, programas eficiencia y eficacia presupuestaria, y además de eso, tuvieron la fortuna de contar con el boom petrolero, que contribuyo en excedentes de alrededor de 420 mil millones de pesos en los sexenios de Fox y Calderón, podríamos considerar que fueron “La fórmula perfecta” para un México con finanzas sanas; sin embargo, y contra todo pronóstico la deuda pública mexicana paso de 2 billones en 2007 a 10 billones en 2017.
En este rumbo, justo es el momento de redimensionar la palabra austeridad; sus alcances, la definición o para casos prácticos debemos pensar que la finalidad de esta palabra es alargar en tiempo de la llamada luna de miel con los votantes. Así, tenemos grandes contrastes en el uso de la palabra; la que han implementado personajes ilustres que hoy dejan, como parte de su legado la simbiosis de su persona con la palabra austeridad; o bien, resultados de países como Canadá e Irlanda que son considerados ejemplo de austeridad.
En este contraste encontramos al Papa Francisco cuya vida se considera una lección de sencillez: al preferir viajes en autobús con los cardenales, que viajar en su lujosa limosina; la petición para cambiar los autos de marcas de lujo como BMW y Mercedes Benz y viajar en un modesto Renault 4, que dejó de producirse hace 20 años; el uso de un anillo simple y de plata; dejar de usar lo zapatos rojos de la marca Prada; limitar los costos de canonización; reducir el pago de horas extras a trabajadores o rechazar vivir en el departamento pontificio. O que tal el legado que deja Pepe Mújica y su frase “Hagamos que la presidencia sea menos venerada” tomando acciones inmediatas como la venta de la residencia vacacional; el cierre de las puertas de la mansión residencial para vivir en su casa de campo; sin personal de servicio; el uso de su Volkswagen 87, o donar el 90% de su sueldo para la construcción de viviendas.
Y en el otro lado del contraste, tenemos países como Canadá, Irlanda, que han entendido que la irresponsabilidad en la toma de decisiones repercute en el ámbito financiero y sólo genera deuda; que en tiempos de decadencia económica, han tomado medidas de ahorro, tales como reducir gastos de subsidios, así como los de programas sociales, bajar el gasto público por debajo del crecimiento económico, o reducir el gasto público un 20%, lo que les permite mejora los cuadros de ingresos y gastos.
Con estos ejemplos sólo quiero decir, que deberíamos hacer un alto para analizar a donde nos lleva en México la anunciada austeridad; si es a la construcción de una figura política; a la estabilidad de las finanzas; a evitar el derroche de recursos por parte de los funcionarios; o es la respuesta a la desestabilidad financiera que ya se arrastra en los tres órdenes de gobierno.