Por: Editorial
El presidente adeuda respuestas económicas, políticas y sociales. El desempeño económico ha sido lamentable, en parte afectado por la previsión global de recesión, pero sobre todo porque la 4T es una antología de promesas grandilocuentes. No ha habido renovación política, sino la profundización de los viejos vicios de la política mexicana —verticalismo, caudillismo, autoritarismo— y algunas importaciones nada provechosas de los populismos de moda —el mesianismo y la infalibilidad del líder, la vocación hegemónica—. El escenario social tampoco ha cambiado: el racismo no se resolverá por decreto presidencial y el mayor actor civil de estos días —el feminismo— supone un desafío que el gobierno mexicano no ha atendido con seriedad.
Con casi un año cumplido en el poder, la 4T se parece demasiado a un plan improvisado, y su líder, un político mesiánico. Según AMLO, su proyecto equivalía al fin del neoliberalismo, la violencia y la corrupción. Sus militares pacificarían el país después de haber fracasado con los gobiernos anteriores. Se acabarían los privilegios. La economía de México, al fin, crecería a tasas chinas. Nada de eso ha sucedido, pero López Obrador dice estar confiado en sus otros datos y que el pueblo está feliz feliz feliz.
Hay más violencia —en el primer semestre se registraron más homicidios que en el mismo periodo de 2018, el año más violento en la historia de México— y no dejan de escalar los feminicidios —en lo que va de 2019, una mujer ha sido asesinada cada dos horas y media—. La economía está parada y la política internacional parece una broma: Donald Trump primero ganó la negociación comercial y luego consiguió, sin mayor resistencia, que México sea su policía fronteriza para Centroamérica.
Mientras tanto seguirá el #RuidoEnLaRed