Una, dos o más copitas. Así pasa una noche bohemia o de desenfreno. El alcohol por aquí y por allá. Cerveza, whisky, cognac, vino, mezcal y tequila o cualquier tipo de destilados. Las tiendas abarroteras abiertas de día y de noche. Todas las culturas tienen sus propias raíces en la viña, el maguey o el agave. Se podría escribir una historia del hombre desde su cultura etílica.
Muchos toman pero pocos saben qué es lo que están tomando. Muchos se embriagan pero pocos saben con qué están perdiendo el juicio. En nuestro bello y querido México además de tomar botella, lata o copa en mano, también deberíamos combinar un trago de alcohol con uno de cultura. Entonces los pacientes de cirrosis serían pocos y los centros AA tendrían menos afiliados. No se trata de tomar a diestra y siniestra, sino de identificar los tiempos, los lugares, los motivos y los límites del beber. Entonces pasaremos de ser vulgares borrachos a cultos bebedores. Y que quede claro que el motivo de hoy no es promover ninguna casa vinícola.
Algunos movimientos religiosos que tienen a Jesús como camino y verdad, se regocijan contemplándolo predicando en la montaña, sanando enfermos por los caminos, muriendo en la cruz y resucitando del sepulcro, pero han decidido saltar las páginas de la Biblia donde Él toma el cáliz lleno de vino, donde está tomando en una boda e incluso convierte agua en vino de excelente calidad, y donde confirma lo que se dice de él: bebedor y amigo de publicanos. Por eso han decidido tajantemente cancelar de su dieta cualquier tipo de vino, pues sus imágenes de Jesús no permiten fantasear con un Cristo sentado a la mesa con copa en mano. Lamentablemente, como en México y en otras culturas el uso del alcohol es más vicio que cultura, ciertas personas y grupos sociales han decidido ver demonios donde podrían estar ángeles que suben y bajan. Recordemos que la cerveza y varios digestivos han nacido en el foco de la cultura medieval: los monasterios. Una sólida cultura etílica sería el exorcismo del demonio y la invocación de los ángeles.
Cuando queremos buscar un referente que enlace alcohol y cultura, desde Santa Clara del Cobre, Michoacán, brinca Don Pito Pérez, quien así responde a la provocación de José Rubén Romero cuando éste le pregunta “¿una copa, Pito Pérez? ¿O una botella?” Entonces así le responde: “según la llave que usted quiera aplicar al estante de mis confidencias”.
La degustación del vino alegra el corazón y generalmente lo sincera. Nada más peligroso que un confidente feliz con una copa de vino. El vino es pasillo de ida y vuelta, acceso para ponerle sabor a la vida, motivo para expresar emociones, sentimientos y experiencias que tantas veces se quedan atrapadas entre los dientes. Pasemos con mesura por la puerta de este elixir del gusto y del placer, bajo la consigna de convertir en cultura lo que no debería ser vicio.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz