Por: Leovigildo González
Los 79 muertos de Tlahuelilpan, Hidalgo, son las víctimas de la pobreza, del abandono y de quienes vieron en un delito el negocio de sus vidas.
Escuchar las historias de las familias es desgarrador, de eso vivían, no tenían otro ingreso, dejaron de cultivar maíz por robar combustible, sí, frente a todos.
Y aunque algunos curiosos acudieron por combustible, como dicen en mi pueblo, Ciudad Hidalgo, en el pecado llevaron la penitencia, murieron en el acto.
Coincido con las palabras del Presidente de la República, sus actos fueron desesperados por recibir algo aunque sabían que era un delito. La tragedia debe hacernos reflexionar.
«Ayúdame me estoy muriendo», fueron las palabras que se escuchan en un vídeo que circuló del siniestro. Palabras que desgarran, moría frente a todos.
En un país con 52 millones de personas en pobreza, según datos del INEGI, sin duda, la pobreza es la que mata y obliga a algunos a cometer un delito como robar, en este caso, gasolina.
Hoy, Hidalgo llora, pero debemos ponernos a pensar también en Puebla, Veracruz, Guanajuato, Querétaro y Michoacán, dónde el acto ahora llamado «huachicolear» es algo que ya parece muy común, ahora sí, que como dicen, están jugando con fuego.
Según estimaciones, el «huachicol» se vende en diez pesos el litro, a lo cual los gasolineros le ganaban nueve pesos libres. Sin riesgo, y sólo por venderlo como si fuera legal. Ahí está el gran negocio y dónde muchas personas han amasado fortunas en cuestión de meses.
No es momento de buscar culpables, es de buscar soluciones. El país requiere de unidad y sobre todo, de empatía. La lección es muy grande.