Por Teresa Da Cunha Lopes
Del espectáculo de la política y del instrumento legislativo , como diría Aranguren, ahora estamos en tránsito a la “representación “ de la “cultura “que es un elemento fundamental de la actual “estrategia “ de comunicación política.
Es natural que cada régimen intente producir una narrativa propia y luche por mantenerla como relato primordial . Sin embargo, la superficialidad de lo político y la rapidez de la comunicación han reducido , hasta lo que llamamos de “cultura” a formas de “fast cultura” para consumo inmediato y/ o a interpretaciones subyacentes a los modelos políticos.
Un sector importante de los mexicanos coloca demasiado peso en la “autenticidad”. Término que usa como sinónimo de que solo es “auténtico “ lo que es “verdaderamente mexicano ”. ¿Pero, quien y como se define esa autenticidad en la era de la imagen?
La imagen es política en movimiento y, no autenticidad histórica. La ceremonia de “consulta a la Tierra Madre” tuvo de “ autenticidad” el prototipo de un indigenismo de tercera generación definido por una ortodoxia política con raíces en la liturgia priista de la época “dorada” de la escenificación de la unidad nacional bajo la “presidencia imperial”, recuperada por la 4T. Muy poco o nada a ver con la “autenticidad “ de las religiones de los pueblos originarios.
El poder, hoy visceralmente “retro”, se ha revestido , para construir su narrativa simbólica y estrategia de comunicación, de imágenes “míticas” de un pasado cuya realidad estaba más próximo de la “Ley de Herodes” que de la ética weberiana. Al hacerlo, ha comprimido la expresión de la diversidad cultural, de las riquezas culturales-histórica y la pluralidad de la memoria, a una reducción simplista que escamotea la fuerza de la Nación.
Al hacerlo, está, consciente o involuntariamente, propagando , por su desmesurada pretensión de “dueño de la visión única y buena” , un distanciamiento y un vacío , que a priori, no era la meta pretendida.