Por: Job Antonio Meneses
Al presentar hace unos días en Yucatán Andrés Manuel López Obrador el programa de salud, indujo también los que serán costumbre en los debates gubernamentales, “granadas polvorientas, para ver si estallan”.
Uno de estos temas Mucho ya se ha discutido en México sobre la voluntad anticipada, la muerte asistida y en el último de los casos la eutanasia.
Es precisamente porque existen demasiados términos y claro hay una gran oposición moral, que pone en discusión las cuestiones éticas que pueden envolver las situaciones en que un paciente terminal, pueda tener un espacio más digno para terminar con la vida.
Cierto es que cuando nos enfrentamos a las decisiones difíciles en cuanto a la vida y su fin, nos cuestionamos en todo nuestro entorno que es lo correcto, cuando y en qué condiciones se puede esperar verse inmiscuido en un dolor tan enorme que desear su término sea lo más adecuado.
En la Ciudad de México en el propio reglamento de la voluntad anticipada habla de un concepto que para mí es central la obstinación terapéutica, el someter a un paciente en condiciones clínicas terminales bajo opciones ostentosas e inviables con el único fin de mantener la vida, cuando ya clínicamente estas opciones son clínicamente inviables.
Pero también determina la voluntad del paciente a ser sedado a fin de aliviar de sufrimiento más que la propia muerte natural llegado el momento de la condición y a no aceptar estos tratamientos que al final son infructuosos.
Otra cosa diferente es la muerte asistida, pues como decimos en los párrafos anteriores la atención paliativa y la sedación terminal es las serie de procedimientos clínicos para en términos que reconocemos son el coma inducido para liberar al paciente de la carga de dolor pero también del desgaste emocional para sí y para su entorno familiar.
Ahora bien y gravitando en estos conceptos la muerte digna es la que prohíbe el escarnecimiento del paciente con tratamientos que sean mucho más invasivos y que no manifiesten o presenten un manejo de curación.
Dicho lo anterior, es diferente que el Estado provea el último mecanismo de lo que llamamos muerte digna, que llega ya al concepto de eutanasia, que refiere a terminar con la vida de un paciente en condiciones terminales, bajo el esquema de manejo terapéutico, no con esto digo que se obligue a los médicos a efectuar su práctica como ángeles de la muerte, pero si dándoles la libertad tanto a pacientes, como médicos de tomar rutas diversas a la preservación de la vida a ultranza del sufrimiento y agonía de los pacientes.
Y por el otro lado tampoco se puede constituir una salida para evitar los altos costos de las terapias paliativas que desencadenan un problema para el propio sistema de salud, exige pues en la claridad de las ideas no solo el “ya llévese a su paciente”.
Porque la realidad de este discurso pareciera llegar al “aquí queda”.
Porque además la salud en México esta expresada por el nivel de desigualdad que existe y claro que hay diferencias entre ciudades y el campo, entre ingresos y más aún al acceso a la salud.
El sistema mexicano ha sido por de más desigual en este sentido pues desde la revolución se creó el sistema de salud para burócratas y obreros, pero no para el trabajador del campo que hoy por las condiciones actuales no es más ya campesino, sino más bien se ha transformado en jornalero agrícola, con menos derechos que cualquier otro trabajador asalariado de este país.
El dolor en definitiva es más costoso, pues es necesario mas opiáceos, que no están alcance de todos, se requieren camas, tiempo y en verdad nuestro sistema hoy es una fábrica de altas a medias, donde se busca que todo sea ambulatorio.
El cual enfrenta las enfermedades que aumentan en nuestro país dramáticamente la diabetes que se transforma en daño renal que es catastrófico para las familias y por el otro lado las del corazón y las dolorosas más aun causadas por el cáncer.
En este panorama la declaración del presidente es en conclusión no es necesario entrar al debate si lo que el sistema mexicano de salud solo nos ofrecerá será acabar con nuestras vidas.