Columna de opinión
Por: Juan Carlos García Pimentel
Con bombo y platillos fue anunciada la «operación limpieza» en Michoacán, sin embargo, pocos han sido los resultados para contener al crimen en la región de Tierra Caliente.
A pesar de ser una estrategia conjunta, la realidad, es que sólo ha sido por parte de la Policía Michoacán y el Ejército, ambas instituciones parecen insuficientes.
Aunque la Secretaría de Marina se unió a algunas operaciones, lo cierto, es que en el campo pocas veces se les vió realizando operativos conjuntos.
Michoacán ha experimentado muchísimas estrategias policiales, tan solo en 2006, el entonces presidente, Felipe Calderón trató de legitimarce a través de una lucha contra el narco que terminó convirtiéndose en guerra y que comenzó en el corazón de la Tierra Caliente de Michoacán, en Apatzingán.
Desde ahí, comenzaron las estrategias para contener al crimen organizado que con cada golpe cambiaba su forma de operar e incluso hasta de nombre.
Fue así que Michoacán vivió el surgimiento de La Familia Michoacana, que tras varios golpes a su estructura se convirtieron en Caballeros Templarios, esta última hasta con códigos formativos.
Después de una embestida por parte del Gobierno de Enrique Peña Nieto, los templarios se extinguieron al darle muerte a Nazario Moreno, su líder máximo y la detención de La Tuta.
El surgimiento de las autodefensas era el inicio también de pequeños cárteles pero bien armados, por un lado los H3, comandados por Simón El Americano, y por el otro Los Viagras con su líder máximo, Nicolás Sierra.
Ambas organizaciones, comenzaron a pelearse los territorios que quedaron acéfalos tras la extinción de los templarios, lo que desató cruentos enfrentamientos.
Hoy, Michoacán requiere de todos, de entrada de una estrategia real de los tres niveles de Gobierno para hacer contención y no dejar a la población en medio de pugnas delincuenciales, caso concreto, Antúnez.